miércoles, 30 de marzo de 2011

¿Por qué escribimos?

Creo que es una de las grandes dudas que nos planteamos quienes gustamos de aferrarnos a la pluma y dejar volar nuestra imaginación en forma de borrones más o menos parecidos a letras.



O quizá una servidora sea más rara que un dragón morado con pintas blancas, y se pregunte cosas sin la más mínima relevancia.


Quizá la “inspiración” para este tema viniera facilitada por Mägo de Oz; siempre me han gustado muchos de sus versos.


Llorar es purgar la pena,

deshidratar todo el miedo que hay en ti;

es sudar la angustia que te llena,

es llover tristeza para poder ser feliz.


~ El poema de la lluvia triste ~




Tengo la impresión de que escribir es alggo muy parecido. A veces, llorar te libera de todas las tensiones que tienes encima, purgando efectivamente el espíritu.


Para quien esto escribe, cogere la pluma es también una válvula de escape, una forma de sacar de la mente -o del espíritu, del alma, de la consciencia, o como se quiera llamar- todos los “monstruos” para dejarlos campar libremente sobre el papel.


De nuevo voy a hablar de mi experiencia personal.


A pesar de que hace poco tiempo que publico historias en internet, llevo prácticamente toda la vida inventando y, en cuanto aprendí, redactando historias. Y, por mucho que lo intento, no soy capaz de recordar qué me impulsaba a ello. Desde luego, siempre he sido consciente de que nunca lograría escribir algo semejante a los grandes maestros, hablemos de los cuentos de los Hermanos Grimm, las historias detectivescas de Sir Arthur Conan Doyle, las terroríficas historias de Edgar Allan Poe, la desbordante fantasía de Michael Ende, o la maravillosa ciencia-ficción de Orson Scott Card. ¿Cómo soñarlo siquiera?


Cuando lo pienso, me sorprende no haber abandonado la escritura hace siglos. Supongo que la obstinación y la costumbre pueden más, mucho más, que la lógica y la sensatez.


Cuentos de hadas e historias de fantasmas, eran los relatos que plagaban mis cuadernos y hojas. Aunque solía reservármelos para mí, porque las redacciones que pedían en el colegio eran mucho más “mundanas”.


Tal vez el mayor refuerzo durante esa época fue que publicaran uno de mis cuentos en el periódico del colegio. Y que posteriormente, y los dioses sabrán por qué, sin yo quererlo me viera enredada en la publicación de ese mismo periódico.


Quizá en parte de ahí surgiría uno de mis personajes más extensos, de profesión precisamente periodística. Estos son el tipo de serendipias que una se encuentra al remover el pasado.


Esa fue mi época más prolífica, aunque pocas víctimas salieron vivas de aquellos días: casi todas sucumbieron, periódicamente, a mis “ataques” de romper o quemar todo escrito que saliera de mis manos.


Años después descubrí lo que se convertiría en casi una obsesión: el programa “Historias”, de Radio Nacional de España. Gracias a Juan José Plans y su equipo, conocí las historias de William Sheridan LeFanú, de Henry James, el resto de historias de Bram Stoker… Y también el terror que produce una dramatización de “El Gato Negro”, escuchada a partir de las 2 de la madrugada.


Precisamente en ese ciclo de Edgar Allan Poe, empezó el empujón definitivo que me llevó a seguir escribiendo: Juan José Plans pidió a los oyentes que inventaran un final para Ligeia.


Me tomé mi tiempo para re-leer la historia, una de mis favoritas, y luego para escribir mi “continuación”. Y, de hecho, me la revisó una de mis profesoras de Lengua y Literatura uqe, amén de corregirme cientos de tildes, y para mi sorpresa, me felicitó por el relato.


No llegué a enviarlo. Pero sí atendí a la siguiente convocatoria de Plans para sus oyentes: enviar historias originales. Y de hecho, mi original fue el último que se dramatizó. Así que puedo decir claramente que una de las noches más felices de mi vida fue durante la madrugada del lunes 12 de junio de 2.000.


Justo en esa época me había planteado abandonar la literatura en beneficio de mi carrera universitaria. Y si la dramatización en Historias me animó a continuar, el empujón definitivo me lo dieron el puñado de correos electrónicos uqe compartí con Margaret Weis, autora de -entre otros- la Saga Dragonlance. Gracias a ella y sus consejos comprendí que pocos tienen la habilidad o la fortuna de triunfar en la literatura.


Gracias a todo eso, decidí continuar adelante con la tinta y el papel. Y a no deshacerme tan rápidamente de todo. Algunas historias alcanzaron más de mil páginas -que necesitan de una remodelación profunda y urgente-, y otras no llegaron ni siquiera a un folio; la mayoría estarán eternamente inconclusas -por falta de inspiración, ideas o ganas-, y pocas están completas e incluso han visto la luz.


Hace relativamente poco que comencé a publicar historias: primero, en fanfiction.net, luego en diversos foros; más adelante, tambíen participé en concursos de esos mismos foros.


¿La razón? En ocasiones me obsesiono tanto con una idea, que realmente neceisto sacarla de mi mente al papel. Situaciones, personajes y argumentos van y vienen en función de esa díscola amante que es la inspiración.


Y es en contadas ocasiones que esa obsesión me bloquea hasta el punto de obligarme a escribir en la madrugada, a media mañana, a la hora de la cena… Incluso en un viaje en autobús. Y, en el colmo de la molestia, incluso me ha llevado a pedir a mi interlocutor durante una conversación telefónica que me recuerde tal o cual cosa para más tarde.


Escribir se convierte precisamente en esa válvula de escape, porque si tienes rabias puedes maltratar a un personaje, hacer que se consuelen cuando tú estás triste, obligarle a que pase por cualquier situación que tú estés viviendo con esperanza de verlo desde otro punto de vista o encontrar otra solución; o incluso regalarles una vida de ensueño que desearías para ti.


He ahí el doble filo. Hay un gran problema en esto: que puedes preferir la vida de tu personaje a la tuya propia, exiliándote en cuanto puedes a ese mundo alternativo, en el que controlas todo lo que pasa, y eliges ser tan triste o feliz como quieres que tu personaje sea.


¡Qué bello canto de sirena es ese! Pero igual de falso y peligroso. Podemos dejarnos llevar a ese mundo y olvidar el que nos rodea, dejando de lado personas, cosas y responsabilidades.


Y ahí es cuando tienes que plantearte, realmente, hasta qué punto te gusta escribir. Porque, a menos que seas un profesional de la escritura, tendrás que re-plantearte tus opciones. ¿Hasta qué punto estás obsesionada con ese personaje y ese mundo? ¿Hasta qué punto estás dispuesta a dar de lado a una parte de tu vida para crear otras vidas y otros mundos?


Que nadie se engañe: no pretendo decir que haya que encerrarse aparte del mundo. Pero sí debemos admitir que, si queremos crear, necesitamos tiempo; y tenemos que sacarlo de la “parte” de nuestra vida que podamos. Y ya que no se deben sacrificar -DEBEN- estudios y/o trabajo, ¿qué vas a dejar de lado?


En muchas ocasiones piensas que ese abandono no merece la pena, que la escritura te roba tiempo y no te da nada. Y es verdad.


Salvo en los extraños casos en que escribir se convierte en una necesidad, una obsesión, un impulso que, aunque a veces te paralice y amenace con amargarte un rato, se convierte también en el canalizador de sentimientos que, de vez en cuando, necesitas para no estallar.


Creo que esta disertación comienza a ser demasiado larga y pomposa. Sirva, como ejemplo último, parte de mi Descargo de Responsabilidades habitual:






“Todo fruto de mi enferma mente sí es realmente mío, pero si se publica y alcanza la luz no es con ánimo de lucro, sino con intención de despejar las nieblas de la locura atrayendo al resto del mundo hacia ellas”

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